Apostar
por la vida
Raquel Rodríguez
de Bujalance
Un
padre que exige como un derecho, -es un caso real- la aplicación
de la eutanasia a su hija de diecisiete meses, aquejada de una
enfermedad irreversible y miles de personas apoyan su petición,
apelando al inútil “sufrimiento de los desahuciados,
sufrimiento que, por humanitarismo o caridad, habría que evitar
aunque fuera con la muerte”
Los
médicos del hospital, donde es atendida la niña, apoyándose en
razones de conciencia y en su juramento Hipocrático, se niegan a
interrumpir el tratamiento y cuidados
a la pequeña. En su respuesta ponían además de relieve
una realidad “gracias a la asistencia médica
que hoy puede prodigarse, no se puede hablar del
sufrimiento de los enfermos, sino del sufrimiento de sus
familiares”.
La
ciencia ante el dolor
Ante
este y otros casos el psicoanalista norteamericano Ruben Bild,
especialista en enfermos desahuciados, afirmaba que si al paciente
se le atiende en su dolor físico y psicológico no hace falta
plantarle el problema de la eutanasia, pues además de incurrir en
una responsabilidad cívica y penal, había que añadir sobre todo
moral, el problema puede
superarse con un tratamiento físico y psicológico adecuado. “
En las Universidades, añadía el Dr. Bild, sólo se enseña a los
médicos a curar, pero hay otra faceta muy importante que es
acompañar a los enfermos en los últimos momentos de su vida”.
Después
del aborto, la eutanasia
El
angustiado padre que solicitaba la eutanasia para su hija para no
verla sufrir, no entendía y con razón, porqué un aborto es una
cuestión admisible, desde el punto de vista legal, y, por ahora,
mantienen fuera de la ley su solicitud. Realmente, si se admite
el supuesto derecho de unos padres a suprimir
la vida de su hijo, por razones de compasión hacia el niño
o hacia sí mimos, simplemente porque se da la circunstancia de
que la criatura es aún muy pequeña; si se acepta la posibilidad
de abortar, por la pura sospecha de graves deficiencias físicas
en el feto, no es de extrañar que no se entienda bien qué
fundamento puede tener la negativa a “esa eutanasia”
solicitada para un niño gravemente enfermo, disminuido físico y
sin posible curación. El respeto a la vida, soporte de cualquier
otro derecho, no admite fisuras. Es evidente que cuando en
el ambiente familiar o social se acepta
la clasificación de las vidas, se acepta que hay distintos
tipos de vidas, la vida deseada y la no deseada
es inevitable que simultáneamente desde el aborto se
llegue a la eutanasia: ambas cosas coinciden
en ser destrucción de una vida que se considera carente de
valor.
El
hombre es el único que puede volverse contra la vida,
deshumanizar la ciencia, volverla contra sí mismo. La última razón
de semejante actitud, es el olvido de su propia
identidad. El materialismo genera una antropología que ni
siquiera merece tal nombre, porque desconoce
del hombre su más profunda realidad.
Un
bien superior
“
La vida, comentaba el Dr. Gonzalo Herranz, catedrático de la
Anatomía Patológica y miembro de la Comisión deontológico de
la Real Academia de Medicina, es un bien superior, y
hoy día el progreso técnico es tal que mantener
a los enfermos en fase terminal sin dolor
y en una situación confortable
es un asunto de pura competencia profesional. Los casos
desesperados o melodramáticos que se han aireado para crear opinión pública
favorable a la eutanasia, indican incompetencia técnica. El médico,
continúa , tiene como primera obligación
moral dar siempre con la compasión la ciencia. Me gusta
mucho repetir una frase que leí en una carta al New England
Journal of Medecine
“ La ciencia sin compasión es una obscenidad; la compasión,
sin ciencia es pura palabrería”.
Centros
de Cuidados Paliativos para enfermos terminales
Afortunadamente
surgen también iniciativas humanitarias que ofrecen alternativas a la eutanasia: En Inglaterra está el movimiento del
Hospicio de San Cristóbal, extendido ya por muchos países que, a
base de compasión unida la calidad
de la terapéutica antidolorosa, ha conseguido que los enfermos
terminales estén confortables, muy bien asistidos religiosamente
y acompañados, de tal manera que las personas se preparan a morir
sosegadamente y con gran dignidad.
En
Madrid se acaba de inaugurar el Centro Laguna de Cuidados
Paliativos para Enfermos Terminales. Esta iniciativa que se puso
en marcha con motivo del centenario de San Josemaría Escrivá
siguiendo el ejemplo del santo en su dedicación a
los enfermos y moribundos de los barrios más pobres de
Madrid, como el barrio del Lucero cercano al centro, trata de dar
atención social y sanitaria a las familias con enfermos
terminales.
Un periodista recogía las palabras de uno de los miles de
mendigos acogidos por la bondad inmensa de las
monjas de
la Madre
Teresa en Calcuta: “Siempre
he vivido como un pordiosero, pero voy a morir como un rey”. El pobre hindú lo decía feliz: alguien se ocupaba de ayudarle a asumir
con entereza el trance más doloroso por el que el hombre
atraviesa. La muerte.
Un
progreso sin soporte ético
A veces parece que los grandes avances en la ciencia se
convierten en grandes
retrocesos en lo que al hombre se refiere. La experimentación
no descubre el sentido de la existencia del hombre. Se
utilizan con éxito complicadas técnicas de reproducción que se
aplican indiscriminadamente a cobayas y a mujeres; sofisticados métodos abortivos, y modalidades de muerte, por encargo de
interesados o parientes. Todo ello aunque se llame progreso no es
humano porque carece de fundamentos éticos.
Hace
pocos días ha muerto una amiga mía que llevaba más de 13 años
en coma. En este tiempo la hemos visitado a menudo, hemos hecho
compañía a su familia, y hemos pedido a Dios que les quitara ese
sufrimiento. Pero la madre quería que siguiera viva y ahora su dolor
es inmenso. “Ya
no la tengo aquí, ya no podré
acariciarle más las manos, ni darle un beso en la cara, ni
espiar sus movimientos para ver si hace algún gesto”.
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