La madurez afectiva
Raquel Rodríguez
de Bujalance
Cuantas veces nos
habrán dicho o habremos oído decir: ¿Madura! ¡deja de ser
infantil!. En lo más íntimo de cada persona existe el deseo de
vivir de acuerdo con lo que piensa, de tener un proyecto de
vida estable, de querer y saber que la quieren, de
conocer hacia donde se dirige. Una persona madura actúa de
manera coherente con ello.
Uno de los ingredientes que la
persona valora a la hora de calibrar el éxito de su vida es el
afectivo-amoroso. Y es lógico que así sea porque la afectividad es
una de las facetas más importantes para configurar la
personalidad.
¿Somos
capaces de compromisos?
A las personalidades de tipo
primario, en el terreno de la afectividad se les llama “vagabundo
afectivo”. Personas aparentemente incapaces de mantener el afecto hacia los
demás durante mucho tiempo. Esa inestabilidad amorosa influye en
su desequilibrio anímico. Para madurar y conseguir una
personalidad valiosa esas personas necesitan autoexigirse, definir
muy bien sus intereses, no dejarse llevar
por espejismo, afianzarse en la lealtad y conseguir la
continuidad y autenticidad de ideas y sentimientos. Una buena
herramienta para lograrlo es desterrar el "me apetece no me
apetece" de su vocabulario y su pensamiento.
La maduración
afectiva
El saber amar con continuidad es una
faceta positiva, de la personalidad, un logro a conseguir,
que a los secundarios les puede resultar más fácil que a los
primarios pero, que es asequible a todo hombre, a toda mujer, que
no padezca una enfermedad grave que afecte a su voluntad. En la
medida que el hombre desarrolla su voluntad está siendo más
persona y más humano. Cuando es incapaz de mantener un
propósito asumido libre, inteligentemente, va siendo menos
racional y se acerca más a los animales que actúan por simple
impulso instintivo.
El compromiso amoroso y la elección
afectiva, será más estable cuando sea realizada por
una persona que ha madurado intelectual, voluntaria e
interiormente. La capacidad intelectual facilita a la persona el
asumir responsabilidades a más corta edad. Por eso, no se pueden
fijar los años adecuados para que la elección amorosa sea hecha
con mayores posibilidades de éxito, dependerá de la madurez de
cada persona.
Amarse toda la
vida
Saberse amado por otro y tener la
probable certeza de que ese amor es para toda la vida es algo que,
indudablemente, resulta muy grato a quien lo experimenta.
Querer amar a otro siempre y para siempre es, también, algo que
produce a quien lo siente una estimación personal de gran
categoría. Es haber asumido una opción fundamental que ilumina,
encauza y armoniza toda la vida, todo el quehacer, el pensar y el
actuar de una persona.
Quienes así se aman se saben
mutuamente el único ser –irrepetible- digno para el otro de ser
amado. Y esta seguridad teje los sutiles hilos de la felicidad.
Este es el verdadero amor, el que desea unirse para toda la vida.
Es el amor que se remansa y serena a medida que pasan los años,
que está al resguardo de las crisis físicas producidas por la
natural disminución del deseo sexual que a tantos hombres y
mujeres complica también psicológicamente cuando tienen del amor una visión empobrecida y reducida a la esfera
de lo sexual.
Los jóvenes
desheredados
Cuando alguien conoce a un
matrimonio mayor, que llevan muchos años juntos y se les ve llenos
de cariño el uno hacia el otro se aprecia el valor de la
fidelidad al verla hecha vida en su entorno social.
No ocurre así la mayoría de
las veces. Los jóvenes de
hoy no disponen de un ejemplo en el que aprender a vivir un
compromiso de amor duradero. Los divorcios, las separaciones, la
idea de “hacer el amor” con cualquier persona, siguiendo el
impulso del instinto ha arrebatado a los jóvenes una herencia
inestimable y están como incapacitados para descubrir por sí
mismos ese algo maravilloso de una entrega de verdad por encima de lo
puramente circunstancial. Es triste ver a jóvenes ya
hastiados de placeres que los adultos exhiben como estimables y
completamente desilusionados del amor. "Yo no pienso casarme, me
decía hace pocos días una chica de 22 años, se que mi matrimonio
no llegaría al año, como me ha pasado con todas las relaciones que
he tenido hasta ahora"
Nuevos
caminos de ilusión
Hay que tener fuerzas para
reaccionar, respetando a los demás y exigiendo que nos respeten.
Dejarse llevar por lo que quieren los demás, por lo que hacen los
demás, por lo que está de moda, solo lleva el desencanto, a
la evasión del sexo fácil, a la infelicidad.
Las grandes metas, que todavía
existen, no llegan hasta muchos porque algunos se empeñan en
ahogar sus voces. Si los hombres volvieran a descubrir el sentido
trascendente de la existencia, si llegaran a conocer el amor
verdadero, ese amor como dice Kierkegaard, “que porque se alegra
de existir, no puede fundamentarse en la angustia de poder
cambiar”, encontrarían el equilibrio anímico básico para ser leal
en todas la facetas de la vida.
Conocer el amor, apostar por él,
comprometerse con él, dedicarle esfuerzo, sacrificio y abnegación,
serle fiel. Todo ello es síntoma de madurez y garantía de felicidad
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